Hace 22 años que te fuiste, hace 22 años que se agotó tu cuerpo, que cesó tu aliento y se enfrió tu piel. Hace 22 años que tu presencia física se evaporó, tu voz se silenció, tus risas se perdieron con el viento y tus abrazos, esos maravillosos abrazos, dejaron de impulsar mis sueños.
Hace 22 años que no veo tu rostro, que el brillo de tu mirada no se ilumina al vernos, que no nos sentamos juntas en la cocina de León para que te cuente mi vida y escuchar la tuya, mientras te abrazo y te beso. Hace 22 años que no me llega el olor de las castañas recién hechas, las rosquillas de anís de bienvenida, el brazo de gitano de las celebraciones, el arroz con leche sin azúcar y con leche desnatada que tú podías comer y, sólo por eso, me sabía a gloria.
Hace 22 años que nadie se levanta para prepararme un zumo de naranja recién exprimido y asegurarse que tomo vitaminas, que nadie estudia conmigo y me pregunta la lección, que nadie me persigue para que coma la carne en vez de las verduras y la fruta, que nadie me espera en la cocina para verme llegar bien cada noche, que nadie se alegra como una niña, por recibir un paquete de almendras garrapiñadas. Hace 22 años que no he vuelto a beber vino con gaseosa en cada comida, que tampoco me he tomado una copa de orujo capaz de curar todas las enfermedades.
Hace 22 años que nadie pronuncia mi nombre como lo hacías tu. Hace 22 años que no me llamas por teléfono, que no compartimos las Navidades, ni los cumpleaños, ni los largos veranos en el mar, disfrutando de una leche rizada y paseando arriba y abajo por el paseo marítimo de ese pueblecito granadino, todos juntos.
Hace 22 años que dijiste adiós a una niña, para darme el empujón y la fuerza de convertirme en una mujer, fuerte, como todas las del linaje femenino. ¿En qué momento pedimos ser fuertes? Si vuelvo a encarnar en la tierra me pido ser eternamente feliz y volver a coincidir contigo. Mamá, me he sentido tan querida por ti, tan mimada, tan protegida. Incluso cuando eras dura conmigo. E incluso además cuando tus miedos me hacían chantaje.
Hace 22 años mamá, que tenía dos madres, que me sentía arropada, que pensaba que mi mundo era inmortal y que nada podía cambiarlo. Hace 22 años que te has ido, y en esos años, tu vacío sigue pesando en mi corazón y me da la sensación de que nunca podré llorarte lo suficiente. Me hubiera gustado tanto compartir los nacimientos de mis hijos contigo, los éxitos profesionales, las evoluciones personales, espirituales. Los amores, los desamores. Compartir la vida. Los pequeños y mágicos momentos de la vida.
Hace 22 años pensaba que no podría superar tu partida; hoy soy consciente de que la muerte la debemos vivir de una forma más sana, con mucho más desapego, con menos dramatismo y entendiendo que tú mamá, te liberaste, flotaste y te sumiste en la luz de nuevo. Y que todos pasaremos por ello. Que ese no es el final, sino el principio.
Hace 22 años que sé que sigues conmigo, que una parte de esa luz está siempre iluminándome. Hace 22 años que abandonaste tu cuerpo agotado tras un cáncer de esófago, luminosa, hermosa, plena, expansiva, alegre. Y me siento una privilegiada porque hoy por hoy puedo sentirte.
Y es por eso, por esos 22 años y muchos más, por los que quiero vivir consciente, plena y alegre mamá. Con mi corazón abierto al amor de par en par. Aceptando la vida, confiando en ella. Siendo la protagonista de mi vida. Y creyendo que todo está bien, todo es perfecto. Porque mi única responsabilidad en este mundo es ser feliz y contagiar de felicidad a los que amo.
Mamá, te quiero. Gracias por acogerme en tus brazos. Gracias por formar parte de mi vida. Gracias por ser una de mis maravillosas madres.
Sé que estés donde estés tus labios rojos brillarán con una preciosa sonrisa de complicidad.
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