Fluir, respirar la vida saboreando con deleite cada bocanada de aire, alejar las fantasías y los anhelos del deseo, que drogan nuestros sentidos y disfrutar del momento presente, tal y como es, tal y como esta, sin pretender cambiar nada, sin viajar al mañana o visitar el ayer.
Expandir el corazón para que dulcemente tome los mandos que nos dirigen al próximo paso en automático dejándonos ir. No al que nosotros con nuestro “control” queremos, sino al que nos va a llevar para vivir aquello que será lo adecuado para nuestro propósito. Sin que pongamos toda la energía en inclinarlo a nuestra voluntad. Por mucho que lo intentemos no lo vamos a cambiar, tan solo nos generará ansiedad y frustración.
Dejarnos ir con los ojos vendados y las manos atadas confiando y siendo conscientes de que todo es perfecto, de que estamos seguros, de que nunca estamos solos. Que no existen tales cadenas, ni semejante ceguera, sino una profunda certeza de estar donde se debe estar.
Respirar, reconocer cuán sabios y eruditos somos. Que no debemos buscar en mil y un libro, artículo, maestro, gurú, sino cerrar los ojos y acceder a ese conocimiento que está en nuestro interior. Empoderarnos es acceder a nuestra ancestral, integra e inmensa experiencia de tantas y tantas existencias.
Sentirnos vivos mientras sentimos que somos tierra, aire, mar, fuego. Somos naturaleza, roca, lava, árboles, flores, animales, hombres, mujeres, niños, ancianos. Somos todos juntos siendo una sola esencia. Latiendo en un único corazón mecido entre los versos de la vida.
Perdonar a todos y en especial a nosotros mismos por no habernos amado lo suficiente, por exigirnos, por creer que somos más insignificantes de lo que realmente somos, por no atrevernos a expresar lo que sentimos, lo que pensamos, lo que deseamos, lo que nos hace felices. Por no permitirnos abrazar la alegría eternamente y alejar el miedo.
Sentada bajo un imponente árbol medito en soledad, siento la tierra viva bajo mi cuerpo, el olor intenso de los pinos, la caricia del viento en la cara, los hombros, el pelo. Y descubro en mi pecho el estallido al conectar con un agradecimiento sincero, como si lo acabara de entender por primera vez, como si se desbordara sin poder contenerlo.
Gracias por cada paso supuestamente equivocado, cada tropezón, cada caída porque la recompensa es la libertad que derriba todos los límites.
Gracias por haber llegado al camino y descubrir lo mucho aún pendiente por integrar, cada vez más.
Gracias por reír, cantar, bailar, gritar, enamorarme, correr, saltar, pelear, sacudir, encajar, perder y ganar.
Gracias por compartir, acariciar, viajar, amar, luchar, soñar, disfrutar, comer, brillar, acompañar, ser feliz.
Gracias por todos esos seres maravillosos que me acompañan, desde siempre o desde ahora, gracias incluso a todos aquellos otros que están aún por llegar.
Gracias por las experiencias vividas, sentidas, presentes u olvidadas.
Gracias por poder sentir las emociones, sean las que sean, todas ellas están ahí para regalarnos un aprendizaje.
Gracias por los que me desestabilizan, son los grandes maestros que me muestran como alcanzar la calma.
Gracias por no perder la capacidad de sorprenderme con la ilusión de una niña.
Gracias a las mariposas azules que no quieren que olvide su caricia en el estómago.
Gracias por los sueños, la poesía y la magia.
Gracias por estar acompañada de esos guardianes divinos que son los animales.
Gracias por el regalo de la consciencia que me permite saborearlo todo lentamente.
Gracias porque cada día tengo más cosas que agradecer en vez de únicamente pedir.
Gracias porque existo en este plano, en este instante, en este lugar.
Gracias a la vida por permitirme vivirla.
Gracias, Gracias, Gracias.
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