«Estás en nuestra pradera, la que conserva aún el sonido de las risas, tan nuestras, la hierba es de un verde intenso con destellos brillantes, está húmeda, es agradable, refrescante y estamos descalzos. Tu estás vestido de blanco, tu pelo negro descansa sobre los hombros, tus ojos del color del océano me miran y sólo con eso ya no puedo ver nada más a mi alrededor; tu sonrisa, esa sonrisa que me acaricia el alma y eriza el vello de mi piel; tu pecho fuerte me dispara flechas de amor, todo tipo de amor, mil y una variedades de amor, un universo de amor y yo me dejo una y otra vez, plena, derrotada y alegre. Te miro de pie, mientras tu estás sentado, me rodeas la cadera y apoyas tu mejilla sobre mi vientre, yo abrazo tu cabeza sintiendo el pelo suave deslizarse entre mis dedos. En ese instante, pienso que pasaría el resto de mi vida así contigo, sintiéndote. Es todo cuando necesito para respirar, para vivir, para alimentarme, para irradiar felicidad, belleza y paz.
Pero tu no eres un amor de este mundo, me elevas, me nutres y me alientas a ser libre. Solo con cerrar los ojos estás ahí cuando te necesito. Muchas veces cuando pronuncias mi nombre clavándome tu mirada siento que el pecho me estalla y las lágrimas brotan de algo tan profundo que me asusta, mientras que tu te ríes, pasas tus dedos suavemente por mi cara, secándolas y me dices “mi dulce amor, te quiero”. Y es ahí y solo ahí cuando me arrepiento de haberte dejado y haberme embarcado en esta aventura de vivir. Pero te ríes de nuevo, porque sabes siempre lo que pienso, y me recuerdas quien soy, cómo soy, que yo soy así y que no cambiaré, que la intensidad de mi amor por ti siempre será una constante cerca o lejos, pero que sólo concibo la vida arriesgando y formando parte de todas las misiones que haya disponibles para luchar. Que soy una guerrera de luz, pero una guerrera al fin y al cabo, que necesita la adrenalina de cada batalla corriendo por las venas, disciplinada más o menos, valiente unas veces e inconsciente otras muchas. Que necesita emoción para estimular su incansable espíritu. Y por encima de todo que tu me quieres así, desafiante, auténtica, con la flecha de la luz en la mano y el escudo del amor en el pecho.
Ahora te siento en mi cuello, tu aliento me roza la piel, no te veo, te busco con la mirada pero te escabulles entre la suave piel que hay desde la oreja al cuello, me haces cosquillas, me gusta. Y sé que estás ahí, conmigo, qué con cada respiración, la tuya se acurruca en mi pecho haciendo sonar la misma melodía, nuestra canción.
Experimentamos una relación única, mires como la mires, en donde la complicidad y la generosidad lo son todo. La empatía lo tiñe de un aire de entrega desinteresada, que nada espera a cambio. Y como cada uno lo siente desde su propia identidad, el dar se convierte en un torrente de delicados gestos que no esperan reciprocidad y profundos sentimientos sin plazos, sin tiempo ni espacio, sin dobleces, sin reparos, sin límites, sin miedo alguno. Desde donde nace la honestidad.
Haga lo que haga sé que me apoyarás sin juicios, sé que me entenderás y siempre harás brotar de mí mucho más de lo que yo misma soy capaz de ver. Dejaré estelas a mi paso de color rosa intenso. Crearé los sueños más hermosos, los más increíblemente bellos, los más puros, los que el amor como esencia del todo y la nada configura y completa, y tu me demostrarás que con solo sentirlos dentro muy dentro, con solo pensarlos con emoción y sentimiento puedo hacerlos realidad. Me demostrarás todo el potencial ilimitado que cabe en mi, que aún no me he atrevido a utilizar, porque todavía aún hay velos que destapar, por desconocimiento, por creencias limitantes, por falta de confianza y fe, y transformaremos el mundo, con la única moneda de cambio que de ti aprendí: el amor incondicional.
Espérame amor mío, tengo aún alguna que otra guerra que lidiar, cuida de nuestra verde pradera y sigue haciéndome llegar esa sonrisa tuya, esa a la que soy incapaz de negar nada, esa que me mantiene presa a ti, esa que me invita a ser adicta hasta la infinita eternidad».
Creemos que el amor es como lo que nos cuentan en las películas románticas, mujeres frágiles, caprichosas e ingenuas que caen rendidas y hombres vestidos de caballeros andantes triunfadores, duros e irresistibles que conquistan levantando una ceja, que se dicen cosas bonitas, palabras románticas y siempre hay finales felices. Eso no es amor. El amor vive dentro de cada uno de nosotros. Es con ese amor con el que debemos conectar, podemos expandirlo gracias a una pareja, a nuestros amigos, familia, mascotas, experiencias, sensaciones, vida, o incluso estando solos. Pero el amor no está fuera de nosotros, nos pasamos la vida soñando con encontrar el amor idealizado fuera; incluso exigiendo a los demás que cumplan con el modelo de amor que buscamos y siempre nos decepcionamos por no poderlo encontrar, culpando a los otros y culpándonos a nosotros mismos. Reclamamos atención constante, nos apegamos, nos domina el miedo, los celos y las inseguridades. Abandonamos cuando las relaciones nos piden un esfuerzo. Y así nos vamos alejando del amor. El amor no juzga. El amor no etiqueta. El amor no exige. El amor no impone. El amor es un estado interno, y en ese estado es en el que deberíamos vivir con plenitud, con completa consciencia, dejándolo, que como una raíz fuerte, crezca cada día un poco más, amar sin mirar atrás, amar el todo, amar la nada, amar a todos cuantos nos rodean, amar con más fuerza a aquellos que nos resultan más retadores porque son los que nos ayudan a trabajar la tolerancia. Amar a quienes nos dañan porque gracias a ellos hemos aprendido a vivir el perdón. Amarnos a nosotros mismos con aceptación y respeto, porque sino lo hacemos seremos incapaces de amar a los demás y volveremos una y otra vez para aprobar esta asignatura pendiente. Y seguir creyendo que el amor es la gran fuerza que cambiará el mundo, y que nuestro deber es expandirlo con alegría, compasión, empatía y enormes dosis de sentido del humor.
0 comentarios