La belleza de las palabras pronunciadas desde el corazón, desde la cuna del amor, tienen el don en un instante de sembrar la paz. Curan, reequilibran, liberan, rozan con las yemas de los dedos la puertas del alma, conectan con lo más intimo y poderoso de uno mismo.
Sin embargo, si se expresan desde el miedo, esas palabras se convierten en una pegajosa sombra de limitación y dolor. Que no se ve, pero que se siente paralizando la libertad cual rígidas cadenas, deteniendo sin piedad la alegría y atrapando los pies en el fango de forma silenciosa pero letal.
Hay demasiados adultos rotos, consumidos por continuar arrastrando las heridas de las palabras arrojadas sobre ellos, que cada segundo de su vida han ido desprendiendo más y más peso, más y más volumen, hasta ocupar el espacio de su voluntad y su fortaleza.
Esas palabras sin mala fe, sin lugar a dudas, pero que han ido minando a la persona, «no vales, no sabes, no puedes, no lo intentes, no te lo mereces, eres poco, eres tonto, eres simple, eres irresponsable, eres iluso, tienes la culpa, tienes la obligación, tienes que sacrificarte, tienes que luchar para ser el mejor, debes escucharme solo a mi, debes cumplir las normas al pie de la letra sin cuestionarlas, tienes que seguir mi ejemplo, tienes que hacer lo que yo te diga, porque has nacido, porqué eres tan torpe, porqué no sacas buenas notas, porqué te tienes que parecer tanto a tu padre o madre o abuelo, el error mas grande de mi vida es haberte tenido, eres un desgraciado, todo mi sufrimiento ha sido por ti, en qué momento decidí ser padre o madre, no te quiero»….
Padres, educadores, parejas, amigos, ellos y nosotros, que en algún momento de intensidad, todos de forma más o menos inconsciente, hemos lanzando y nos han lanzado duras palabras, que duelen menos que los golpes, pero que dejan una huella mucho más profunda y una herida que no deja de sangrar.
Y es desde el adulto desde donde debemos viajar al niño y desarmarlas, desaprender esos conceptos, desanclar esas memorias emocionales, mirar con ojos de compasión, entendimiento y empatía para perdonarlas. Y cambiarlas para siempre. Hacernos una limpieza. Nuestros mayores lo han hecho como han podido, con sus herramientas, lastres, heridas, limitaciones y sobrellevando cada uno sus propias mochilas.
Desde esa mirada amable podemos sentirlos cercanos, visualizar sus pasos e ir quitando peso de esas expresiones en nosotros. Estrenar miradas con más amor. Probar a regalarnos términos de aprobación, tiernos, respetuosos y motivadores.
Deberíamos hacer todos un enorme esfuerzo por tomar consciencia sobre nuestras palabras, y antes de pronunciarlas en momentos de exaltación, detenernos y expresar nuestra indignación, nuestra frustración o nuestro dolor, de una forma constructiva. Antes de acusar, explicar que nos duele, antes de atacar, pedir ayuda, antes de huir, mostrarnos sin miedo.
E incluso más a más, prestar mucha más atención a cada expresión que va salir de nuestra boca. Porque es un proyectil que tendrá un enorme impacto, mucho más de lo que imaginamos, es una vibración que se multiplica y magnifica en uno u otro sentido.
El primer paso para sanarnos es acercarnos a nosotros mismos, aprender a querernos, a darnos una oportunidad de ser amigos, amantes, familia y a establecer una relación mucho más sana e infinitamente más amorosa.
Practicar el arte de amarnos, cada día una palabra, un gesto, una actitud. Y al cabo del tiempo nos habremos colocado en el lugar que nos corresponde. Habremos ido soltando los ecos de esas voces que a los ojos de un niños eran gigantescos monstruos mostrando sus dientes en la oscuridad y soledad de la noche. Nos habremos sanado.
Porque sanar es escuchar al otro, es dejarle ser él mismo incluso aunque ni siquiera sepa quien es, es no juzgar nada ni a nadie. Eso es sanar al otro. Y antes de poder sanar a otro, si o si, debemos sanarnos a nosotros mismos.
Todos somos uno, por eso puedes tomar la responsabilidad de comenzar por ti. En vez de estar mirando fuera, huyendo hacia adelante, nos damos cuenta que cualquier camino de crecimiento y consciencia nos lleva irremediablemente hacia dentro.
Asi que cada mañana ponte frente al espejo mírate con cariño, agradecimiento, amabilidad, orgullo y cada día regálate una palabra bonita hacia ti mismo.
Este simple gesto te cambiará la vida. Creando ese nuevo hábito de observar cada verso, cada prosa que te pronuncias, te darás cuenta de como debemos cambiar el diálogo que mantenemos con nosotros mismos y con los otros. Brotará una nueva dicción que sume, que aporte luz, que construya lazos gentiles de comunicación que fluya desde el corazón.
Con la goma de borrar hagamos desaparecer los juicios, las etiquetas, los prejuicios, las condenas, las culpas, las sentencias y los castigos.
Sembremos pues, palabras hermosas que iluminen el camino con magia, alegría, y felicidad. O lo que es lo mismo, con Amor, En eso consiste la vida.
Que Hermosa Reflexión
Poner En Práctica Para Nosotros Mismos y Todo Va Fluyendo Porque Comienzo a Limpiar De Adentró Para Afuera
Gracias Gracias Gracias
🙏🙏🙏🌻🌻🌻
Gracias, gracias, gracias a ti, a tus palabras, a tu sentir. Que asi sea.