Me acababa de mudar a una ciudad tranquila junto al mar, siempre había tenido ese deseo, pero hasta ese momento no se habían dado las circunstancias perfectas para ello. Me encantó el piso nada más verlo, lleno de luz, con dos habitaciones y una terraza inmensa con el mar en el horizonte. Había llegado por la noche, el piso estaba amueblado y solo traía un par de cosas, cuando llegué al descansillo frente a mi puerta había una pareja besándose apasionadamente, empujaron la puerta del al lado y entraron. “Vaya noche que me van a dar”, pensé. Y efectivamente, me la dieron, hasta que por agotamiento caí muerta. Al día siguiente por la noche me volví a cruzar con mi vecino que venia con otra chica, los dos en un estado lamentable, tuve que abrirles la puerta porque veía que iban a hacer noche en el descansillo. Otra noche toledana, y yo pese a ser escritora, duermo por las noches, eso de que los escritores vivimos de noche es un topicazo. A la mañana siguiente me volvieron a despertar los ruidos de mi vecino, por lo visto era un fiera, a partir de ese momento para mi fue “El Fiera”. Desde luego la situación era insoportable, como esto siguiera así tenía que dejar el piso. Y así seguí unos cuantos días más, cada vez era más desesperante, todas las noches era igual, hasta que llegué al límite de mi paciencia, si volvía a molestarme lo más mínimo llamaría a la policía.
Esa noche mientras trabajaba, comencé a oir unos llantos en el piso de al lado, aunque esto lo negaré siempre, puse un vaso en la pared y pequé la oreja para escuchar mejor, era un hombre, al parecer estaba solo y lloraba con mucha angustia. Me dio tanta pena que sin saber porque, cogí una botella de vino y llamé a su puerta. Me abrió con los ojos llenos de lágrimas y me miró con una expresión de dolor y de tristeza que pude sentir en mi propio cuerpo. Le dije: “hoy es tu día de suerte, aún tengo una botella de prieto picudo, así que dime donde tienes las copas”. Le sonreí y me abrió su alma de par en par.
“Me quedé pillado por Rocío cuando la vi, me parecía tan vulnerable, tan frágil, tan dulce que solo quería cuidarla, protegerla y amarla el resto de mi vida. Rocío no me lo puso fácil, ella no tenía muy claro que quería en ese momento. Así que me entregué a hacer de todo para enamorarla. Hasta que se enamoró. Nuestra primera gran discusión vino cuando estábamos ultimando los detalles de la boda, yo proponía la iglesia que teníamos cerca de casa, una muy bonita que muchas parejas venían a casarse ahí de toda la provincia. Y ella quería casarse en una ermita que había visto en un viaje, en los bosques del País Vasco cerca de Vitoria. Yo no entendía porqué teníamos que ir hasta allá para casarnos, ni ella ni yo éramos de allí y era un trastorno mover a todos los amigos y la familia. Ella me dijo que no se casaba porque yo no la quería. Y terminamos los dos una llorando con sus amigas y yo emborrachándome con los míos. Al día siguiente la llamé y le dije que me perdonara que si para ella era importante casarse en esa ermita perdida del bosque del Pais Vasco, que yo haría todo lo posible por hacerla feliz. Que lo único que quería era vivir a su lado para el resto de mi vida.
Al poco de estar casados, con mucha felicidad y planes de viajar por medio mundo, nos quedamos embarazados de Sandra, la mayor de nuestras hijas, un regalo maravilloso, pero que al cumplir el año le detectaron un tumor cerebral. Hay experiencias que exigen dar la talla, y nosotros éramos aún muy inmaduros. Ella era una niña jugando a ser madre y yo un padre jugando a no dejar de ser un niño. Ha sido una experiencia muy dura y al mismo tiempo me ha enseñado qué es realmente amar sin esperar nada a cambio, y estando en el hospital aún, nos volvimos a quedar embarazados de Paz, una niña con un precioso nombre a quien no podíamos hacer caso porque Sandra ocupaba nuestros días y noches.
Tras dos años de hospitales, noches sin dormir, pruebas, esperanza, miedo, impotencia, dolor y lucha, Sandra salió adelante, se curó, tiene que hacerse pruebas cada año, pero mi niña se curó. Nuestro matrimonio había quedado muy dañado, me dijo que no quería volver a acostarse conmigo, no sabía porqué, pero no quería, estaba bloqueada. No quiso ayuda, ella tomó su decisión. Y así seguimos unos cuantos años más, es muy duro acostarte con la mujer que amas y no poder tocarla, y más aún sentirte rechazado. Pero yo hubiera seguido junto a ella el resto de mi vida. Un día llegué a nuestra casa y no conseguí abrir la puerta, pensé que la llave se había estropeado, y comencé a llamar al timbre. Sin abrir la puerta, me dijo que la dejara en paz, que lo nuestro se había acabado y que me fuera de allí. Me volví loco, comencé a aporrear la puerta, a pedirle una explicación, a preguntarle porqué, qué le había pasado. Al final, tuvo que venir la policía a sacarme de allí, con una orden de alejamiento.
Me quedé sin nada, de la noche a la mañana lo perdí todo, ya no pude entrar en mi casa, ni ver a mis hijas, ni si quiera recoger mi ropa. Ahora estamos pendientes de firmar el acuerdo de separación y hasta ese momento no me deja ver a las niñas, me amenaza con quitármelas. Vivimos en una sociedad que victimiza a las mujeres y demoniza a los hombres, cuando el problema está en la educación y en la justicia. Y al final termina siendo injusto para todos”.
Le abracé muy fuerte. Sentí su dolor, su tristeza, su profunda impotencia y su torrente de amor, qué pese a todo, seguía latiendo a borbotones en su pecho. “no sé que decirte, en la vida nos pasan muchas cosas unas buenas y otras no tan buenas, lo que cambia es con qué actitud lo vivimos, tu tienes dos hijas que estarán esperando abrazarte, y esa es una buena razón para seguir luchando”
Ha pasado casi un año de todo esto y nuestra vida ha cambiado completamente, la vida tiene estas caprichosas sorpresas. Somos pareja, tenemos dos niñas maravillosas con una custodia compartida y nos permite disfrutarlas dos semanas alternas al mes. Nos hemos cambiado a un piso más grande, más cerca del mar y somos felices, muy felices. Es el hombre más detallista, divertido y entregado que conozco. Él de vez en cuando me mira y me pregunta: ¿tu no vas a cambiar la cerradura verdad? Y yo procuro no tomármelo en serio, y hacerle reír, así que le miro y le digo: no, mientras sigas siendo “El Fiera”.
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