EL INGLESITO

por | Nov 29, 2018 | Relato | 0 Comentarios

Elisa se enamoró de Julian la primera vez que viajó a Londres, el grupo de españolas rápidamente fue interceptada por el grupo de ingleses y lo que pareció una tontería de quinceañeros, resultó ser una solida relación a distancia entre Elisa y Julian. Él era muy guapo para ser inglés, como siempre decía ella, «me llevé el más guapo de Gran Bretaña,  el Inglesito». Crecieron juntos en los años más convulsos de sus vidas. Y pese a la separación física, nunca se sintieron solos, porque se tenían el uno al otro. Las amigas de Elisa no podían comprender el grado de unión que tenían cuando lo comparaban con sus propias relaciones, y se lo decían una y otra vez con admiración y cierta envidia.

En aquella época no había Skype, ni redes sociales, solo había un teléfono para las urgencias, cartas, sellos y unos años después el email y el recién estrenado Messenger, que permitía tener una conversación simultánea, algo inédito hasta ese momento. Ellos siempre fueron de cartas, largas y apasionadas cartas de amor, de esas cartas que leían y releían una y otra vez. Dicen que los amantes de diferentes lenguas siempre siguen comunicándose en el primer idioma en el que se conocen, ellos se conocieron en Londres, pero Julian siempre le habló en castellano. Él lo estaba estudiando y le encantaba como sonaba en ella esa lengua, le parecía lo más sexy que había oído jamás. Y siguieron hablando entre ellos en castellano.

Después de casi 10 años de relación cada uno en un país diferente, con reencuentros en vacaciones de verano y de Navidades, Julian decidió venir a estudiar el master en Madrid y comenzar a vivir juntos, Elisa ya había comenzado a trabajar en una productora de publicidad y aunque no ganara mucho, se podían pagar un piso pequeño, compartiéndolo con otros dos amigos.

La convivencia fue maravillosa, en perfecta sintonía, ambos tenían miedo de como iban a reaccionar, pero fue lo más natural del mundo, sencillo, bonito, como si siempre hubieran vivido juntos. Julian le sorprendía escribiéndole mensajes en el espejo que solo veía cuando salía del baño con el vaho. Y ella le dejaba notas de amor entre los libros, que él descubría cuando estaba en las clases. Así fueron pasando los años, fueron evolucionando, creciendo, ganando más dinero mudándose a un piso donde solo estaban ellos, Julian encontró trabajo en una multinacional y ascendió como la espuma, viajaba mucho y seguía encontrando notas de amor en la maleta, y ella seguía descubriendo mensajes de Julian en el espejo del baño, del tocador de su habitación, el de su bolso, en todas partes. Él le compraba rosas blancas de papel para que nunca se marchitaran.

Un buen día, Julian regresando de una semana en Nueva York por trabajo, le entregó un paquetito con una sortija de pedida con un diamante, había estado ahorrando para comprarle el anillo adecuado para ese momento, y le pidió que se casara con él. Julian estaba feliz, expectante, y Elisa muy emocionada le dijo que si.

En ese momento, algo cambió en ella, sin saber explicar qué era exactamente. Él siguió ascendiendo, lo que les proporcionaba una vida más desahogada económicamente, pero viajaba mucho más. Se pasaba largas temporadas fuera, tenía que ir no solo a Estados Unidos, sino que también trabajaba con el continente Asiático y Australia.

Una semana antes de la boda, la notó extraña, pero no le dio importancia, pensó que eran los nervios de los preparativos, y que en cierto modo estaba ella sola con su madre y sus hermanas preparándolo todo. Así que se esmeró por mimarla más, dedicarle el poco tiempo que tenía únicamente a complacerla. Elisa le huía, no quería quedarse a solas con él, ni tener ninguna intimidad, estaba muy arisca, muy a la defensiva por todo. Y dijera lo que él dijera, terminaba sacándola de sus casillas. Así que optó por dejarla tranquila y darle un poco de aire. Se fue a casa de un amigo para no agobiarla.

Y llegó el día de la boda, toda la familia de Julian vino de Gran Bretaña, los amigos de ambos, los compromisos, la familia de Elisa, al final tenían un número escandaloso de invitados, a los que ni siquiera conocían. El estaba muy nervioso, pero muy elegante y muy guapo, las chicas revoloteaban a su alrededor. Estaba esperando a Elisa de la mano de su madre, ya se retrasaba, cosa normal en las bodas en España, la novia siempre se hace esperar unos minutos de rigor. Esperaron 10 minutos, 20 minutos, 30 minutos y el cura le dijo que si se retrasaba mucho no podría casarles, que tenía otras bodas concertadas. Julian comenzó a llamar a su suegro, y a Elisa, pero ninguno contestaba. Las hermanas de Elisa también comenzaron a preocuparse.

50 minutos más tarde, la hermana mayor de Elisa, se acercó a Julian y le dijo que acaba de hablar con su padre y que no iba a haber boda. Que Elisa se había echado para atrás y que no quería casarse. Julian, no daba crédito, esto no podía estar pasando, es como un mal sueño del que tienes ganas de despertar y que todo siga como estaba antes. Después de tantísimos años de relación, creía conocer muy bien a Elisa, y esto le parecía improbable, imposible. Los invitados comenzaron a irse, la familia y amigos de la novia fueron los primeros en salir, Julian con su familia y sus amigos salieron después, la comida estaba pagada y era una tontería desperdiciarla, el lado práctico británico salió a la luz después de todo. Cuando dejó a sus parientes en el hotel esa tarde noche, no sabía muy bien qué hacer, ni a donde ir, no había tenido noticias de Elisa en todo el día, y él había pasado de la sorpresa, a la indignación, a la tristeza, al enfado, a la aceptación y de vuelta a la sorpresa.

Fue a su casa y allí la encontró, vestida de blanco, con todo el maquillaje corrido por las lágrimas. Cuando le vio se abrazó a él y le pidió perdón. «Lo siento mucho Julian, lo siento mucho». Julian, no la reconocía, solo acertó a decir: “¿porqué?”. «Lo siento Julian, lo siento, de verdad que lo siento. Eres un hombre maravilloso, pero me he enamorado de otro».

Fue como un mazazo para Julian, sin perder los nervios, le preguntó «¿Cuándo?». «Le conocí en el trabajo, hace un par de años, yo no quería que esto me pasara». Julian, le miró y le dijo: «¿Qué he hecho mal para que te enamoraras de él?», «Julian lo siento mucho, no has hecho nada mal, simplemente me he enamorado de él, no sé como ha pasado, pero no puedo traicionar mis sentimientos, ni a ti. Me he sentido muy mal por ello, pero no podía casarme contigo, no podía hacerte esto».Julian la miró, y le dijo, «te agradezco mucho que no te casaras conmigo y siguieras con una farsa. Voy a recoger mis cosas y me voy. Te quiero y siempre de una manera u otra voy a quererte, así que te pido que no seamos enemigos. Ahora necesito un tiempo para pasar página, pero estaré ahí para ti siempre». Ella rompió a llorar, él se dio la vuelta, volvió a girarse sobre sus pies y le dijo: «Elisa, gracias por tu sinceridad, en este momento me duele mucho, pero sé que con el tiempo lo agradeceré».

Cuando uno sale de una relación decepcionado o herido, juzga de forma negativa al sexo contrario, y es algo que no debemos hacer. Hay muchos Julian, comprensivos, detallistas e íntegros por ahí. Y hay también muchas Elisas, sinceras, auténticas y valientes. No podemos juzgar sin ponernos en los zapatos del otro y vivir sus circunstancias. Y lo que tampoco podemos hacer es cerrarnos de nuevo al amor. La vida tiene mucho que ofrecernos y aún muchas ilusiones que nos sorprenderán.

Julian, se casó años después con otra española y tiene unos gemelos preciosos, la niña de hecho se llama Elisa.

Elisa, no se ha casado, ni tiene hijos, convive con Pablo, el compañero del que se enamoró. Y es madrina de la hija de Julian. Ellos dos siguen siendo muy buenos amigos, los mejores, supieron dejar de lado el rencor y la culpa, y sacar lo mejor de si mismos, utilizar el perdón no como regalo para el otro, sino como el regalo para uno mismo. El amor se puede transformar en muchas cosas maravillosas, será nuestra elección y decisión que no se convierta en odio.

 

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