EL OTOÑO

por | Nov 2, 2018 | Reflexión | 0 Comentarios

Miro la lluvia a través de la ventana, veo como va cayendo, como golpea el cristal, observo como las gotas pegadas comienzan a competir entre ellas manteniendo una carrera frenética para ver cual llega antes al final de la ventana. Y esa lucha, arrastra y limpia los cristales a su paso.

El cielo está gris plomizo, sin sol, sin luz, sin el azul intenso de Madrid. Es momento de observar, de vaciarse, de sentir, de permitir salir y de ir atreviéndote a mirar hacia dentro. De accionar el volumen de esas voces que nos susurran al oído. De despedirse con respeto, consciencia y agradecimiento de lo que ya ha muerto.

La naturaleza es una máquina perfecta con sus ritmos, su cadencia, su eterno y constante cambio, evolución o lo que viene a ser lo mismo, la impermanencia de todo. El paso de las estaciones nos muestra que nada es estático. El otoño es un momento para dejar ir, para dejar caer nuestras viejas hojas muertas y dejar el hueco para que vayan gestándose unas nuevas. Para mudar de piel, abandonando el colorido y ligero vestido del verano, para cambiar el pelaje de nuestro cuerpo. Para volver a abrazar rutinas necesarias y para aparcar o tirar otras que no lo son tanto. Para sentarse a mirar la lluvia o disfrutar del crepitar de un buen fuego en una chimenea. Para abrazar la taza caliente de té, de café, de chocolate humeante y reconfortarnos por dentro. Para quedar con amigos y desnudar el alma poco a poco sin prisa, cambiar el mundo, jugar a las cartas o al juego de mesa de moda, ver películas en blanco y negro con las piernas recogidas en el sofá. Para enamorarse dulcemente, no con el torrente pasional de la primavera, sino con calma, saboreando, porque el otoño permite los tempos suaves, los roces tímidos, el apartar un mechón, bañado en lluvia, de la cara deslizando la yema de los dedos; calentar las manos frías, aún no heladas del otro; la escucha pausada de lo que se dice, y especialmente de aquello que no se llega a expresar con palabras, pero sí con el cuerpo, con la mirada, con el alma. De las eternas sobremesas de fin de semana donde ni la comida, ni la bebida llegan a desaparecer del todo de la mesa y se entremezcla la comida con la cena. El olor de las castañas asadas dentro del cucurucho de papel de periódico. Los paseos por el campo buscando setas, entre la bruma de la mañana y el rocío. Los catarros, que no nos paralizan del todo, pero sí nos obligan a levantar un poco el pie del acelerador.

Escucho a mucha gente quejarse de la lluvia, posiblemente algunos incluso antes se han quejado del calor, y mucho antes de la inestable primavera, o del eterno y frío invierno. Y de alguna manera todos nos escuchamos a nosotros mismos quejarnos de algo. Es cierto que el tráfico se vuelve más complicado y temerario, que nos mojamos, que se echa de menos el sol y un sin fin de cosas más, pero nos pasamos la vida deseando lo que no tenemos, anhelando ilusiones que nunca nos satisfacen. Podemos quejarnos y seguir quejándonos día tras día, encontrar motivos de queja, que no nos van a faltar. Pero ¿es así realmente como quieres vivir tu vida? ¿Quejándote permanentemente? ¿Puedes cambiar algo? ¿está en tu mano? Si lo puedes hacer, es mejor dejar de quejarse y realizar el cambio que necesitas. Si no depende de ti, relájate y disfruta, acepta, fluye, saca lo positivo de todo, porque todo tiene algo positivo antes o después, cuanto menos un aprendizaje. Siéntate a esperar como sale el arcoíris en el cielo. Cálzate las botas de lluvia, colócate el chubasquero de margaritas, compra un paraguas rojo pasión capaz de destacar entre los negros paraguas del hastío. Píntate los labios de color cereza, para que tu sonrisa consiga despertar a cuantos te rodeen. Colócate las lentillas de la ilusión, para que puedas apreciar que aún en la niebla mas espesa también puedes encontrar una luz radiante. Y salta todos los charcos que puedas, con fuerza, tomando carrerilla, salpicando el aire, ríete con ganas, invitando a los que se unan a ti, que hagan lo mismo, que permitan a su niño interior tomar el mando y divertirse, que toda esa tristeza, todos esos miedos, todo ese resentimiento, toda esa culpa, todo ese desamor que encierre tu corazón caiga como las hojas secas de los árboles, una a una, alejándose de ti, para que broten con mucha más fuerza la alegría, la fantasía, la esperanza, el amor y la felicidad.

No podemos cambiar la estación en la que vivimos, ni las tormentas que nos caerán, ni los acontecimientos que se nos presentan en la vida, pero sí podemos elegir con qué humor y con qué actitud lo vivimos.

Yo elijo ser feliz. ¿Qué eliges tu?

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