¡Feliz Vida!
“No puedo verte, tengo trabajo pendiente. Hablamos la semana que viene y ya vemos”. Carlos, siempre posponía quedar con sus amigos, siempre tenía trabajo. Siempre había una urgencia, una presentación, un viaje, una reunión, un imprevisto y una razón para no poder quedar, lo iba pasando de semana a semana y nunca se veían. No trabajar le parecía inconcebible, era su vida, lo que más le llenaba. Nunca se cogía todos los días de sus vacaciones, siempre estaba conectado, hablando, escribiendo, contestando. Incluso su familia reconocía que no podían contar con él para nada, que lo único que le importaba era su trabajo.
Sus relaciones sentimentales siempre habían fracasado, en el momento que ellas le pedían un poco más de compromiso y reclamaban más atención, él salía huyendo, no tenía tiempo para invertirlo en parejas. Tenía mucho trabajo. Un ratito estaba bien, pero nada más, no podía, ni quería. Estaba viajando, organizando equipos alrededor del mundo, rehaciendo presentaciones y liderando reuniones con directores de diferentes países para que todos ellos dieran los resultados esperados. Era un triunfador. Había ido escalando en diferentes empresas y había llegado a lo más alto.
Por eso, cuando su jefe le llamó al despacho y le pidió que se sentara, no se imaginaba lo que iba a venir a continuación. “Carlos no es personal, quiero que lo sepas, pero la empresa está buscando otro perfil para que ocupe tu puesto y no hemos encontrado nada que ofrecerte que esté a tu altura”.
Necesitó tiempo para digerir lo que estaba escuchando, en su cabeza tenía diversos asuntos que tratar con su jefe, pero no estaba preparado para oír esto. “Me estás echando”, “la empresa te está despidiendo, sí. Pero necesitamos que te quedes hasta final de mes para que formes a tu sustituto”. En ese momento comprendió la expresión del jarro de agua fría, porque sintió por su espalda como un fino hilo de agua helada la recorría lentamente, dejándole seco, destemplado, en estado de shock. Miró a su jefe con todo el desprecio que pudo, se levantó y se fue. “Envíame los papeles que ya los veré con mi abogado. No voy a quedarme, fórmale tu, yo tengo vacaciones pendientes que voy a disfrutar”. Fue lo que alcanzó a decir.
Lo primero que le vino a la cabeza fue que no era real, era un sueño, una pesadilla, no podía ser posible que él con la cuenta de resultados que había obtenido año tras año estuviera en la calle. Lo segundo que la empresa saldría perdiendo, y que él encontraría otro trabajo mejor pagado en la competencia. Y lo tercero que qué iban a pensar de él sus colegas.
Cuando salió llamó a su madre: “Carlos, me alegro mucho de lo que me estás contando. En este momento no lo verás, pero es una gran oportunidad para ti, para que vivas hijo mío, para que entiendas que la vida es mucho más que un trabajo”. Tampoco era lo que quería oír. Su madre siempre había sido una idealista, un tanto simple y además estaba rodeada de gente rara, qué podía esperar de ella. Se decía Carlos.
Llamó a sus amigos, pero no conseguía localizar a ninguno, ni le devolvieron la llamada. Lo intentó con su última amante pero tampoco tuvo ninguna respuesta. Se dio cuenta que no tenía amigos, que los conocidos que le rodeaban y los pocos amigos que había tenido, no había sido capaz de cuidarlos. No los veía, no los escuchaba, no contaba con ellos. Y los que se relacionaban con él en el padel, en el golf o en la nieve, no eran más que compromisos profesionales para cerrar negocios. Nada más. Puro decorado vacío. Y comenzó a sentirse solo.
Poco a poco se fue dando cuenta de como vivía. Era socio de un club selecto, donde solo atendían chicas de 20 años con poca ropa, mucha sonrisa y copas caras; había ido un par de veces con varios compromisos de trabajo, incluyendo a su jefe y le había parecido denigrante ver a tanto madurito baboso con chicas tan jóvenes.
Su piso estaba decorado por un profesional, él no había comprado nada, sólo había elegido su ropa, de marcas tan elitistas que solo las reconocían los que tenían el mismo nivel económico. Es un lenguaje encriptado para ellos, una especie de código secreto. Eres de los nuestros o no.
Tenía 5 habitaciones, 3 de invitados que jamás estrenó, un despacho y una habitación principal con salida a la terraza del ático y un vestidor dentro. Cada día la mujer de la limpieza trabajaba en su casa estuviera él o no. Era un hombre que tenía mucho dinero y que sabía gastarlo, no como tantos otros que lo tenían porque iban por la vida cobrando caro sus servicios y pagando una miseria por el trabajo de los demás. También tenía dinero bien invertido, había obrado siempre con cabeza y sentido común. Su padre murió demasiado joven y él siempre se sintió responsable de él y de su madre.
Lo siguiente que le pasó por la cabeza: ¿ahora que hago?. Llegó a casa de su madre, y le recibió con esa amorosa sonrisa y ese abrazo capaz de devolver la vida a un muerto. Por primera vez desde hacía mucho tiempo se dejó abrazar. Volvió a sentirse un niño, un niño pequeño y desvalido. Y rompió a llorar, sacó sus frustraciones, su rencor, sus miedos, su impotencia, su resentimiento, su incertidumbre y su rabia. Lo sacó todo.
Su madre le dijo que tranquilamente se tomara su tiempo y después que pensara qué quería hacer, qué le gustaba, qué era lo que siempre había soñado. No tenía problemas económicos, así que era su momento de buscar lo que realmente le hiciera feliz.
Al día siguiente lo llevó con ella a una clase de yoga, pese a las resistencias, sintió una paz que no había experimentado antes. La profesora era una mujer especial, ni guapa ni fea, sino magnética, dulce, con una belleza plena y una serenidad contagiosa. No podía dejar de mirarla. Comenzó sintiéndose observado y un tanto ridículo, cuando se dio cuenta que cada uno practicaba a su aire con los ojos cerrados comenzó a dejarse llevar y a sentir.
En la meditación algo se soltó en él, como una presa cuando se abre y no es capaz de detener el torrente de agua que lucha por escapar, comenzó a llorar en silencio, no por pena, sino por liberación. Al terminar la clase, tuvo un arrebato, se acercó a ella y le pidió el teléfono. Ella le miró mucho más allá de sus ojos “te lo doy, pero llámame cuando me quieras por ser quien soy, no por lo que represento para ti”. Él la miró extrañado sin entender. “Quieres una tabla que te mantenga a flote, sin embargo esa tabla no la debes buscar fuera, sino dentro de ti”.
Carlos se dio de baja del club, donó la ropa de ejecutivo y puso a la venta su piso, se compró por menos de la mitad una casa en la sierra, y decidió dar la vuelta al mundo con una mochila y una maleta. Estuvo casi dos años recorriendo diferentes países, en algunos lugares incluso se quedó un cierto tiempo, convivió con tribus, con yogis, con indígenas, con yuppies, con personas de todas las nacionalidades, credos e ideales ….. Y finalmente regresó a su casa de la sierra, hoy en día es Coach Emocional especializado en el sector empresarial. Trabaja ayudando a los demás y vive muy bien de ello. Sabe equilibrar su vida profesional y su vida personal. Practica yoga, vive en la naturaleza, es flexivegano y se enamoró perdidamente de la instructora de yoga.
La llamó cuando no necesitaba agarrarse a nadie, sino cuando él ya se había reconciliado consigo mismo, se reencontraron en el momento justo para amarse desde la libertad, el respeto y convertirse en cómplices que comparten un camino afín. Tienen gatos, perros, conejos, una preciosa niña de rizos negros y enormes ojos color avellana. Siempre que ve a su madre, le dice lo mismo, “qué razón tenías mamá, cómo me ha cambiado la vida” Ella le sonríe y le abraza. “las cosas aparecen cuando uno está preparado para ello. El mérito es tuyo por tener la valentía de querer cambiar”
Evidentemente cada uno tiene su propio camino en el discurrir de la vida, sea el que sea, podemos elegir o cambiar o mezclar esos caminos, podemos ser altos ejecutivos, o ermitaños, o fontaneros, o militares, no importa cual sea el tuyo, porque será único, y será perfecto para ti, sea el que sea, procura que sea aquel que te haga feliz. Aquel que consiga ser el motor de la sonrisa que cada mañana estrenas al abrir los ojos. Y si aún no lo has encontrado, confía en la vida. Ella te conducirá a él.
¡Feliz vida!
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