Cada día es un regalo, es una oportunidad que se nos presenta para ir recibiendo lo que viene y como viene. Desconocemos qué va a pasar, somos actores que improvisan el papel según avanza un guion que no nos han permitido leer. Es una excitante aventura en la que cada renglón se va escribiendo a medida que lo experimentamos en primera persona.
¿Cómo vamos a vivir ese día?. Lo único que podemos elegir es la actitud con la que lo vivimos, nada más. Todo lo que suceda será un misterio. La vida puede cambiarte en un instante, en uno u otro sentido. Aunque pensemos que nada cambia, todo cambia, todo está en un cambio constante. Aunque creamos que no pasa nada, todo está pasando delante de nosotros. Incluso aunque nos vengan momentos duros en los que la esperanza se ve lejana, respira tranquilo porque antes o después será tan sólo un recuerdo.
Andrés y Rosa llevan casados muchos años, demasiados si les preguntas, siempre están incómodos el uno con el otro. Ambos echan de menos la imagen de la que se enamoraron, pero no han hecho nada para mantenerla, ni mucho menos para recuperarla. Se perdió mientras pugnan por tener razón y lanzarse reproches envueltos de amargura.
Ese día por la mañana Rosa se levantó con el pie izquierdo, cada cosa que decía Andrés era motivo de burla, de discusión y de tirantez. Andrés con la mirada baja se mantuvo callado mientras se duchaba, se vestía, recogía sus papeles y justo antes de salir le dijo, «recibirás la demanda de separación lo antes que pueda, haz lo que quieras con mis cosas no quiero nada». Cerró la puerta con suavidad, sin un portazo, sin un grito. Rosa se quedó sin palabras en la puerta, sintiendo como una presión en el plexo solar se iba extendiendo poco a poco.
Andrés bajó en el ascensor con Iván, un adolescente hijo de Emma, ella es madre soltera. Tiene una reunión a primera hora en el trabajo y no le ha sonado el despertador, el chico ha tenido que sacar el perro porque a su madre no le daba tiempo. Él no quería sacarlo, tenía que terminar unos ejercicios que había dejado pendientes para hacerlos a primera hora y estaba chateando con la chica que le gusta que por fin le ha escrito. Pero su madre no le entiende, ni se puede hablar con ella.
Han comenzado el día discutiendo. “Eres un egoísta, le ha dicho Emma, no puedes pensar ni un momento en mi”. Él la miró y le contestó “y tú, tu puedes pensar en mi en vez de estar siempre enfadada por todo”. Finalmente coge al perro de mala manera, mientras ella está en la ducha suena el telefonillo, sale como puede empapando el suelo, es una vecina que le avisa que han atropellado a su hijo. Siente que el pecho le duele y que no puede respirar, el mundo se detiene.
Sara está consternada, parada junto al grupo de gente que rodea a Iván, tumbado sobre el asfalto respirando sin poder moverse del suelo hasta que no llegue el samur. Decide irse, no puede hacer nada para ayudar y tiene que ir a abrir la tienda. Tiene una librería pequeña, siempre ha amado los libros, los cuadernos, los bolis, hasta que dejó su trabajo en un despacho de abogados y se convirtió en emprendedora. No es que se haga rica, pero le encanta lo que hace y sobre todas las cosas, es libre. Suena su móvil, mete la mano en el bolso para rebuscar hasta sacarlo, cuando consigue sacarlo, ya han colgado, mira quien le ha llamado y ve Carlos Bombero.
Se le paraliza el corazón, es Carlos, le conoció anoche, estaban con amigos y al final de la noche se quedaron hablando los dos dentro del coche, él le acompañó a casa agarrados de la mano y en el portal le dio un beso en la boca, dulce, suave, se dio media vuelta y se fue. Vuelve a sonar el teléfono, lo coge esta vez a tiempo, se saludan entre risas nerviosas e ilusiones y Carlos quiere verla, le propone quedar para comer juntos. Cuando cuelgan, la sonrisa de ella ilumina a cuantos se cruzan en su camino, se siente viva, feliz, enamorada.
Cuando Sara llega a la tienda hay un hombre de unos setenta años esperándola, Mateo, le pregunta si ya tiene listo lo suyo. Ella le invita a pasar a la tienda mientras arranca el ordenador y va en busca del encargo. Mateo sale de la tienda con el libro envuelto en papel de regalo en su mano. Es una edición especial del Quijote, única. Cuando Mateo conoció a su mujer, a ella se le había caído un libro del Quijote en una estación de tren. El la persiguió hasta devolvérselo. Cuando por fin le entregó el libro, supo que esa era la mujer de su vida.
Ese día hacían sus bodas de oro, y él había buscado libros del Quijote hasta encontrar uno muy parecido al de 50 años antes, pero con tapa dura y encuadernación hecha a mano. Pasó por la churrería y compró cuatro churros, dos porras y chocolate caliente. Cuando llegó a casa, Montse aún no se había despertado. Colocó todo en una bandeja y suavemente, entró con el desayuno y el regalo para despertarla. Ella abrió los ojos le miró, le sonrió, le abrazó con ternura dándole las gracias. Alargó la mano hacía un sobre y se lo entregó a él, lo abrió y se le llenaron los ojos de lágrimas lleno de emoción, era la matrícula para estudiar Psicología, con una nota, “nunca es tarde para hacer realidad los sueños. Feliz aniversario mi amor. “
Quien sabe qué nos deparará el nuevo día, cada instante, este momento. La vida es como una ruleta gigantesca llena de infinitas posibilidades, según en la casilla en la que se detenga viviremos una u otra experiencia. No podemos olvidar que en cierta forma hemos definido qué queremos alcanzar en cada encarnación. Cuando más confiemos en ella más felices y en paz nos sentiremos. Y cuanto más positivos seamos, más conectaremos con la misma vibración incluso cuando lo que vivamos sea retador.
¿Sabes tu qué vivirás mañana? Ni tu, ni nadie. Ni tan siquiera sabemos si seguiremos vivos.
Disfruta de la vida con plenitud, saborea cada bocanada de aire, si cuesta respirar procura suavizarla, si por el contrario el aire entra a borbotones, intensifícala. Pero no pierdas el sabor, la esencia, la ilusión y la certeza de que todo cuando ocurra, incluso lo menos agradable, es perfecto para ti.
Que cada latido de vida nos sorprenda ebrios de amor, contagiando la alegría y riendo a carcajadas.
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