Comencé a meditar hace muchos años. Ha sido la única práctica que me ha acompañado a lo largo de mi vida, he tenido periodos de mayor intensidad meditando y otros mucho menos. Pero siempre ha estado conmigo. Especialmente en los momentos más desafiantes, ha sido la balsa fuerte y segura que incondicionalmente me ha mantenido a flote.
La meditación es el arte del dulce reconocimiento de uno mismo, nos regala la ansiada paz, sosiega la mente, relaja el cuerpo y permite que las emociones circulen con libertad por nuestro cuerpo hasta que les mostramos la vía para salir, para sanar, para liberarse, no sin antes dejar el aprendizaje que acompañan.
La meditación es la deseada llave que abre todas puertas hacia nuestro mundo interior, es la que nos devuelve a casa, al calor y la ternura del hogar, la que amplifica los sentidos hasta límites insospechados capaces hacernos resonar con el impacto de la vibración, de la luz, de la energía y nos recuerda quienes somos, de donde hemos venido y porqué estamos aquí.
La meditación es como una madre entregada que con amorosa naturalidad y una enorme sonrisa descorre las pesadas cortinas donde se encuentran ocultos los tesoros más brillantes y las sombras más oscuras. Mostrándote lo que eres, lo que no quieres ver que eres, lo que crees que eres, lo que desconoces aún que eres, lo que siempre has sido y todo aquello que podrás ser.
¿Porqué meditas? me preguntaban y de hecho hay quienes aún me lo preguntan, medito porque me recoloca de inmediato en mi centro, porque no concibo la vida sin ella. Porque es uno de mis instantes mágicos, un regalo con el que cada día me premio, una experiencia de paz intensa y única, de amor hacia mi y hacia todo lo que existe en todos los planos de consciencia, imposible de explicar con palabras.
Una experiencia que cada vez me ayuda a bucear aún más en los mares de mi ser, sobre todo aquellos que parecen no tener fondo. Medito porque me permite escuchar el profundo sonido del silencio de mi alma.
Meditar nos permite el acceso directo al todo, cuando nos abrimos a observar el momento presente, sin juicios, sin que los pensamientos atrapen nuestra mente, manteniendo la atención neutral en el aquí y en el ahora. Dejándonos fluir, siendo testigos ecuánimes de lo que acontece sin cambiar nada, sin resistencias, sin deseos, sin objetivos, ni expectativas. Solo estando presente en el aquí y en el ahora.
Meditar es sentarnos en postura fácil, loto, semiloto o en una silla, alinear bien la espalda, encontrar la comodidad estemos como estemos, respirar ese instante, lento, suave, profundo y comenzar el viaje hacia el interior de nosotros mismos.
Pero meditar también puede ser caminar por el campo, por la arena del mar, por la ladera de una montaña, por tu casa o incluso por el medio de la calle más ruidosa y transitada de una gran ciudad.
Meditar puede ser fregar los platos, conducir en hora punta, comer, limpiar, ordenar, hacer los deberes con tus hijos. Meditar puede ser bailar, escuchar música, conversar escuchando al otro, hasta soñar despiertos.
Meditar puede ser cualquier cosa mientras se haga de forma consciente, con la máxima atención. Plenamente presente. Dejando que pase lo que pase suceda sin más, sin evitarlo, ni frenarlo, ni tratar de controlarlo, solo permitirlo. Manteniendo una actitud de observadores amorosos y compasivos.
Meditar es un hábito, una disciplina cariñosa, flexible, paciente, un momento de armonía para y con uno mismo. Una gran herramienta. Una rutina vital al alcance de todos y para todos. Sosiega el ímpetu, nos vuelve más equilibrados, nos sitúa en nuestro centro. Dejas de pelearte con la vida, aceptándola tal y como es, pero sin resignarte a ella.
Meditar es rozar el alma con las yemas de los dedos, sentir la explosión de la calma instalándose en el pecho. Experimentar como brota un amor sin precedentes, sereno, puro. Abrir los sentidos para recibir, percibir, escuchar lo que la intuición, nuestra sabiduría ancestral nos va susurrando.
Meditar es una forma de vida, de sentir, de dejarse mecer en la vida. Llama a tu puerta cuando estás preparado para dejarte atrapar y sorprender a partes iguales.
Digan lo que te digan de la meditación, hazla tuya, aproxímate a ella con curiosidad, con mente abierta, sin rigidez, acomodándola a ti, a tus tiempos, a tus ritmos, a tus horarios.
No existen mentes en blanco, ni existen mejores experiencias, existes tu. Y es en ti donde debes encajar tu mejor práctica. Es un camino personal, tu lo lideras, tu lo protagonizas. Eres tu propio maestro.
Medita si ese es tu deseo y descubrirás como cambian tus reacciones, tus pensamientos, tus actos, tu prisa, tu impaciencia, tu respiración, tus apegos, como cambias tu. No busques nada,no esperes nada, comienza, cuando menos te lo esperes te sorprenderá la transformación. Meditar es reencontrarte, reconocerte y recordar quien eres.
Bienvenido a la meditación. Bienvenido a eso que llaman «paz interior».
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