Miro a la impresionante mujer que tengo delante de mi y me parece increíble que sea hija mía, y más increíble me parece que cumpla 18 años.
Parece que fue ayer cuando me enteré qué estaba embarazada, justo en el momento más duro de mi vida, tras haber perdido a mi abuela, la que ha sido mi madre, mi norte y mi pilar. Su muerte me dejó vacía, con una desnudez dolorosa, profundamente desvalida. Nada en ese momento me importaba, las obligaciones, las prioridades habían cambiando de forma drástica. Todo cuando me rodeaba podía volar en mil pedazos a mi alrededor sin pestañear; podía dinamitar lo que hasta ese momento, eran mis rutinas y el día a día. Y de repente me dijeron que estaba embarazada de ti. Ahí entendí la grandeza de la vida, que como una rueda en constante movimiento sigue girando, un día nos roba lo que más queremos y al día siguiente nos regala el bien más preciado. Todo ilusión, todo cambio, todo energía.
Fuiste mi bote salvavidas, la que me devolvió la ilusión, la fuerza, la alegría. Todo comenzó a girar alrededor de ti, desde ti y hacia ti. Dejé de ser yo para convertirme en nosotras, dejé de ser una unidad para convertirme en madre, recipiente, base y parte de ti. Me alimentaba, me cuidaba, leía mil y un libros para darte lo mejor en esos 9 meses. Viniste a mi vida para ayudarme a recuperar la sonrisa, para darle sentido a mi vida, para darme tu manita y tirar de la mía hacia arriba, hacía el sol, hacía la luz, hacia la felicidad.
Recuerdo que cuando naciste te miraba embelesada, eras una vieja amiga con una cara recién estrenada. Llorando con esa energía tan tuya, y yo te dije: Andrea mi amor, en ese momento dejaste de llorar y me miraste clavando los ojos negros en mi, y no pude por más que romper a llorar con un sentimiento nuevo e intenso.
Me quedaba las horas muertas mirando como dormías, o jugando contigo, cada día era un regalo para mi, un descubrimiento de todo lo que eras capaz de hacer. Sentir tu cuerpo en mis brazos. Deleitarme con el olor de tu piel de lactante, un olor especial, muy especial.
Mi bebita, mi corazón pequeño de miles de nombres amorosos, mi princesa de coletas tiesas, de enormes ojos tan oscuros y profundos que te atraviesan, con una sonrisa generosa y sonora, y lista, rebelde, caprichosa, obstinada, fuerte y al mismo tiempo tan vulnerable. Con una sabiduría intuitiva y un carácter que arrasaba, arrasa y arrasará. Nerviosa, activa, compañera de juegos de tu hermano, verdugo y víctima, altiva, mandona, celosa, posesiva e intensa para todo. Con un corazón generoso y una creatividad transformadora. Esa es mi chiquitina. A la que hay que domar con caricias y una constante explicación de los porqués, desde la calma, desde la ternura y desde los abrazos honestos. Pero con determinación.
Me siento tan orgullosa de ti, me siento tan orgullosa de mis dos hijos. Sois lo mejor de mi y mi gran herencia vital. Cada día aprendo más, me ayudáis a crecer más y más, a despojarme de patrones absurdos.
Miro tus 18 años y veo una sucesión de momentos únicos, tus coletas en la piscina de Castelldefels, la primera vez que te fuiste con tu padre de vacaciones y me quedé sintiendo que me rompían el corazón en pedazos, con un dolor físico. Cuando te escapaste de casa con 3 años porque parte de la familia estaba conociendo por primera vez a tu hermano pequeño y no estaban pendientes de ti. Cuando te apuntaste tu solita a judo, con 4 años y me enteré medio año después. Cuando te disfracé de Monstruos SA en la guardería en las fiestas de San Isidro en vez de chulapa, por error. Cuando me cuidabas cuando estaba enferma, me metías en la cama, me arropabas y me leías tus cuentos de Barrio Sésamo. Cuando éramos los tres solos frente al mundo, contando cada euro, pero disfrutando juntos de un presente en armonía. Cuando acariciabas a los gatos y a los perros que hemos tenido con firmeza y cariño de una forma instintiva. Cuando utilizabas a tu hermano para conseguir lo que querías, y él se llevaba la bronca. Cuando bailabas con Inés disfrazadas con vestidos de “mayores” en la tienda de ropa y yo os sacaba fotos. Cuando te enamoraste a ritmo de Andy y Lucas todo un verano con esa vehemencia tuya monotemática y todos cantábamos «yo te esperaré». Cuando te partieron el corazón y sentías que el firmamento entero se desmoronaba y las piernas no te sostenían. Cuando las amigas del alma se convirtieron en tus peores enemigas. Cuando estás triste, cuando estas alegre, cuando dejas todo para consolar a un amigo, prepararle una sorpresa, organizarle una fiesta, cuando me haces reír, cantar, bailar, nos preparas las cena mientras estoy fuera, o cuando veo esa habitación desordenada y la kundalini se me dispara….
Te quiero mi amor, mi bebote, mi chiquitina, mi gran mujer que aún es muy niña. Te quiero como solo se quiere al ser madre. Antes de eso experimentas otro tipo de amor, de afectos, de emociones. Es algo diferente. Hay que vivirlo para entenderlo. Cuando eres madre ya nada vuelve a ser igual en ti. Pierdes la objetividad en el paritorio y te vuelves vulnerable, sacas los dientes como una leona herida para proteger y salvaguardar a tus hijos, y descubres una parte más tierna y amorosa con ellos. Son lo que más duele en el mundo, y al mismo tiempo lo que más te hace sentir recompensada. Gracias a ellos entiendes en qué consiste el amor incondicional. Aquel que sobrevive a tu propia existencia.
Sois libres, sois vosotros mismos, tu eres tu, tienes los ejemplos de tus padres, con sus propios enfoques, para que elijas que te sirve, si algo te sirve o no. Te muestran diferentes personalidades y formas de entender la vida, cada una de ellas igual de válida. Y tu elegirás la tuya, porque has venido a vivirla con tu libre albedrío. Yo siempre estaré ahí para protegerte con mis grandes alas de mamá gallina, cuando lo necesites, cuando el cielo se vuelva oscuro y lluvia descargue con violencia, o cuando necesites recuperar el aliento después de miles de batallas perdidas y ganadas, o cuando sientas que necesites recomponer los pedazos que quedan tras un «Te quiero» frustrado, pero tienes que volar por ti misma.
Llevas deseando llegar a esta edad tanto tiempo que por fin…ha llegado el gran día, procura disfrutarlo intensamente en el aquí y en el ahora. Yo seguiré como aprendiz en la profesión más compleja: ser madre, para acompañar y dejar ser.
Mi amor te quiero con toda mi alma y te doy las gracias. ¡Feliz 18 cumpleaños!
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