PARA MIS HIJOS

por | Oct 3, 2019 | Reflexión | 0 Comentarios

Para mis hijos con todo mi amor,

Gracias, gracias, gracias por haberme elegido como madre. Hay tantas cosas que me gustaría deciros, tantas emociones profundas que siento por vosotros y un amor único, pleno, invencible, inmutable, infinito, inagotable… que solo puedo decir: os quiero. Me he asegurado de que sepáis siempre lo mucho que os quiero y lo importantes que sois en mi vida, no para lastraros, sino para que siempre os sintáis amados y respetados por mi.

Tenía tantas ganas de comerme el mundo que ser madre en esos momentos de mi vida estaba muy alejado de mis planes. Además tenía un concepto de la libertad que me hacía enarbolar la bandera del «no compromiso».

Pero la vida es eso que sucede en realidad mientras tu te pierdes tratando de mantener el control de algo que te supera. Y nacisteis vosotros dos. Nadie te prepara para ser madre, es más, lo que te cuentan es una oda a la fantasía. Supuestamente cuando eres madre es como si te rozara una barita mágica y todo fuera idílicamente perfecto. El embarazo suele ser un momento complicado con cambios hormonales, físicos y anímicos. El parto de bonito no tiene nada. Te sientes más sola que la una, mientras tu pareja está tratando de sobrevivir sintiéndose incomprendido y destronado.

Y te entregan en los brazos un pequeño ser al que amas más que a tu vida, que temes cerrar los ojos y que solo haya sido un sueño. Que no trae un manual de instrucciones y que no sabes qué hacer con él. Pero que te pasarías las horas muertas mirándole sin dejar de sonreír, repleta de un amor inmenso, bello, generoso y nuevo, nada es comparable.

Vuestros embarazos fueron maravillosos, perfectos, sin una complicación, solo existíais vosotros y yo, el mundo y sus urgencias o prioridades se habían detenido y solo importabais vosotros. Ambos cuando nacisteis fuisteis determinantes en mi vida, tu hija tras la muerte de la abuela, tu hijo tras la separación embarazada de ti.

Me quedo con las tardes de viernes en Baeza comprando chuches para celebrar juntos que llegaba el fin de semana.

Me quedo con las noches en las que tu hijo te levantabas mil y una vez para retrasar lo máximo posible irte a dormir y que cuando me despertaba en mi cama te tenía a mi lado durmiendo, pegadito a mi.

Me quedo con la imagen tuya Andrea con las coletas sentada en la trona, esperando horas a que comieras los purés de la Thermomix y cuando me despistaba los escupías.

Me quedo con los momentos en los que me he confundido o he dicho o hecho algo injusto con vosotros y debía mantenerme firme hasta que aprendí que me sentía mucho mejor si sinceramente pedía perdón.

Me quedo con los «te quiero» que jamás me cansaré de deciros, a todas horas, todos los días, en cualquier momento, porque esos «te quiero» no pierden valor por expresarlos, sino que perderían valor si no fuera capaz de transmitirlos.

Me quedo con los abrazos interminables, incluso cuando tengo que subirme a las escaleras para dároslos sobre todo a ti Jairo; con los besos, aunque afecte al maquillaje de mi hija y a la reputación de mi hijo. Me quedo con los besos de Oso, de pez, de esquimal…. Me quedo todos los besos que os he dado, con los que os doy y con los que os daré de aquí hasta el resto de mis días. Que nunca nos falten esos besos.

Me quedo con las veces que os llevaba y os recogía en el coche, a cualquier hora, solos o con amigos y como íbamos todos cantando a voz en grito los temazos del momento.

Me quedo con las conversaciones en la cocina de lo que sentís, por quien lo sentís, de lo que pensáis, teméis, amáis, soñáis; poniéndome en vuestros zapatos y sujetando mis miedos para que no os detengan.

Me quedo con la casa llena de vuestros amigos, novios, novias, de confidencias, risas, pijamas, piscina, bizcochos, en las que me siento de forma natural en la piel una adolescente mucho más que en la de una madre fiscalizadora y moralista.

Me quedo con las primeras borracheras de ambos, con las escapadas de casa de una preadolescente rebelde por la ventana, con el “yo solo soy un niño”, con las habitaciones cual leoneras, con las caídas de bici y los veranos con sabor a Cabo de Gata buceando juntos.

Me quedo con estos momentos de honestidad en los que se me hacía cuesta arriba ser madre y en aquellos en los que vosotros me mirabais con esa cara de “no sabes nada de la vida”. Porque todos esos momentos establecen la fuerza de la relación que hoy por hoy tenemos.

Me quedo con la sinceridad de trataros como adultos, hijos, amigos, cómplices porque fluye de esa manera, en el equilibrio de las dos direcciones. Poder deciros sin engaños, ni mentiras piadosas, que el abuelo iba a morir y la complicidad de compartir juntos cada cosa que nos pasa en la vida.

Me quedo con la cita a ciegas que mi hijo me organizó para merendar en el Vips, me quedo con las estrategias de buscarme novio de mi hija y su posterior interrogatorio, todo eso porque querían verme feliz, hasta que se dieron cuenta que permanecer sola un tiempo era lo que necesitaba en ese momento.

Me quedo con el día que entendí que no debía juzgar sino sentir, que no debía poner etiquetas sino permitir ser, que el amor hay que nutrirlo desde la escucha, el respeto, la humildad y la admiración.

Me quedo con los bailes en la boda de Tato, después que superarais el momento “qué vergüenza mama, deja ya de bailar”

Me quedo con el profundo convencimiento de que sois mis maestros tantas y tantas veces, como resuenan en mí vuestras palabras, supuestamente espontáneas, que me agitan, me despiertan, me enseñan y que me recuerdan lo afortunada que soy.

Me quedo con los desayunos interminables en Canarias, el momento piscina con gritos y lonas y por supuesto la pista de baile por la noche con bebidas de colores.

Me quedo con el primer amor de vivisteis, con la primera decepción, con la primera sonrisa, con la primera palabra, con la primera mirada que no pude sostener sin llorar de emoción.

Me quedo con haberos hecho protagonistas de la custodia compartida que pidió vuestro padre pero que únicamente debíais ser vosotros quienes teníais que decidirlo, no adultos que pugnaran entre ellos, aunque me doliera en el alma separarme de vosotros, era el mejor regalo que podía daros vuestra libertad de elegir.

Me quedo con la vorágine y la locura elegida conscientemente de sacar sola a dos hijos pequeños, corriendo cada mañana, cada tarde, cada noche, cargada de niños, bultos, libros, bolsos. Me quedo con la imagen de una mañana en el espejo frente a la puerta en la que me di cuenta que salía en sujetador a la calle con mi bebé en los brazos.

Me quedo con el orgullo de amaros tal y como sois, porque sois lo mejor que puedo aportar al mundo, dos rayos de luz poderosa, amorosa y transformadora. Cada uno con su personalidad y carácter, sois grandes, sois hermosos, sois puro amor.

Me quedo con que hoy por hoy decidáis donde dormir, donde comer, donde vivir, sabiendo que sois amados, respetados y libres. Que nadie os chantajea en nombre del amor, ni os impone, ni os sacrifica, ni os limita, ni os confronta. Sino que os alientan a ser vosotros mismos. No cambiéis vuestra personalidad, evolucionad, pero no permitáis que os cambie nada, ni nadie, ser siempre vosotros mismos. Seguir vuestra intuición.

Me quedo con el día en el que desplegamos las alas para que fuerais capaces de volar alto y sosteneros, sin temer las caídas y sabiendo que siempre estarán mis brazos para cuando necesitéis descansar y coger fuerzas antes de emprender un nuevo vuelo.

Por eso cuando alguien que supuestamente me amaba y en quien confiaba, desde su sentir sin pretender hacerme daño conscientemente, me dijo que tenía que elegir entre mis hijos y él, me hizo despertar de un letargo para darme cuenta que el amor que quiero recibir estaba muy lejos de aquello.

Sentí como sangraba en lo más profundo de mi ser y como algo moría para siempre. Mis hijos son mis hijos y más allá de mi propia vida serán mis hijos. Están hoy, ahora y siempre. Y quien me quiera a mi, los querrá a ellos. Algo así es incuestionable, es innegociable, es inadmisible. Son parte de mi, aunque no me pertenecen, se pertenecen a si mismos.

Formamos un gran equipo, por algo hemos convenido venir juntos, por algo me habéis elegido como madre. Me siento orgullosa de vosotros, feliz y afortunada por formar parte de vuestra vida. Viva o ya en otro plano una parte de mi siempre os acompañará y os recordará que os estaré amando eternamente.

Me quedo con el gran regalo de ser vuestra madre.

Gracias por acompañarme en esta aventura de vivir.

Os quiero con locura.

0 comentarios

Enviar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Entradas recientes

Categorías

SUSCRÍBETE A NUESTRO BLOG

SÍGUENOS EN YOUTUBE

Pin It on Pinterest