PAU

por | Jun 6, 2019 | Relato, Terapias | 0 Comentarios

¡Hola Trigretón!, tener unos años más que él, hacía que ella se tomara licencias creativas en cuanto a como llamarle. A él eso le encantaba. Estaba acostumbrado a impresionar, a ser él quien llevara la voz cantante. Exhibía una imagen exterior muy cuidada, distraídamente cuidada, era guapo, joven, lleno de éxito, tenía una situación económica muy buena, y alardeaba de un deportivo, un dúplex frente al mar, un catamarán, y por si todo esto no fuera suficientemente atractivo, cuando se encaprichaba de alguna chica en el pub de moda, solo tenía que hacerle llegar el mejor cava con una nota, en la que únicamente escribía su nombre “Pau”. Ellas acudían a él como moscas.

Se habían conocido en el cierre de una discoteca, amigos comunes les presentaron y se quedaron tonteando, él le preguntó «¿dónde has estado escondida todos estos años?, ella se rió y se fue. No por ganas, sino porque sus amigos iban ya de retirada.

Dos semanas después se vieron en una cita a ciegas que ella organizó con los amigos de ambos, para que no fuera tan forzado, por si al final era un fracaso, cenaron con otra pareja, ella se pasó toda la cena observándole, a veces tenía claro que le gustaba y otras veces que era un inmaduro y un engreído.

Lo que al final terminó por convencerla fue su discurso brillante, su mente despierta y su inteligencia, no era un hombre común. Él pagó la cena de los cuatro, el dinero era una forma de comprar amistades, amor, compañía. Ella, mucho menos materialista, le pareció generoso su gesto pero arrogante. Ella no se dejaba comprar de ninguna manera y mucho menos por los medios materiales.

Después de la cena fueron a bailar, él evaluó rápidamente las cartas que tenía sobre la mesa, escrutó a esa mujer que no le interesaba la comida, no parecía sorprendida con su dinero, no le admiraba por sus triunfos profesionales, ni por los viajes que hubiera hecho y además no bebía alcohol, y no podía invitarla a la mejor botella de licor.

Había hecho unas cuantas bromas, pero tampoco pareció verla reír con ganas, sino que sonreía educada y cortés. Manteniendo el control. Así que decidió que si iba a perder la partida por conseguir su interés, lo haría siendo él mismo. Siendo auténtico. Y ahí ella se desarmó, tomó la decisión de que así, sí le gustaba.

Terminaron en casa de él, con la ropa esparcida desde el coche, las escaleras, el ascensor, la puerta de entrada, hasta la habitación, fue una noche apasionada, tierna, divertida, pero sobre todo sincera, ella era capaz de hacer desaparecer sus máscaras de una forma absolutamente natural. El proyectaba una imagen muy superficial y ese halo le precedía en todos los niveles. Ella con solo mirarle a los ojos derribó esa imagen y sacó al niño asustado y necesitado de cariño del interior.

Al mismo tiempo él despertaba en ella una sensibilidad y una conexión que normalmente ella no sentía. Se durmieron entrelazados, la cabeza de ella sobre el hombro de él, encajando de forma perfecta, sin incomodidad, sin forzar nada, como si hubieran nacido uno para reposar sobre otro.

A la mañana siguiente él le dijo que tenía cosas que hacer, la acompañó a casa de los amigos donde ella se quedaba y se despidieron de forma cálida. Ella se dio cuenta que él ya se había vuelto a revestir de su personaje.

Ella se volvió a su ciudad con el despertar de una ilusión, le había encantado conocerle, no se arrepentía de su locura de la cita a ciegas, estaba feliz y rebosante de alegría. Ambos amaban la vida y disfrutaban en ese momento viviendola con intensidad.

La distancia que les separaba y la falta de entusiasmo de él fueron enfriando ese despertar, se vieron tres o cuatro veces más, con reencuentros tiernos y entrañables pero separaciones bruscas, marcando distancia por su parte.

Poco a poco ella se fue cansando de las negativas de él, de su falta de tiempo, de su intensa vida social, de su escaso interés y aceptó que debía olvidarse de él, era una vía muerta. Se llamaron unas cuantas veces por teléfono y él siempre le decía que ella terminaría con un catalán, con él o con otro. Ella sonreía y le decía «ya se verá». Hasta que dejaron de llamarse y de verse. Atrás quedaron momentos mágicos en la playa, cenas estimulantes solos o citas a cuatro con complicidad, risas y entrañas, reencuentros en piscinas iluminadas por la noche, aperitivos a ritmo de musica chillout, charlas trascendentales, piel, susurros, confidencias y debates lingüísticos sobre la diferencia entre ser un cazador o un depredador.

Tres años después se reencontraron por casualidad en una fiesta con amigos comunes en Barcelona, cuando se vieron, como siempre saltaron chispas, pero ella ya estaba endurecida. Estuvieron un rato hablando y riéndose, era como si se hubieran visto el día anterior. Y en un momento dado le dijo, quiero hablar contigo, le dio la mano, se la llevó a la orilla del mar, frente a frente.

«Llevo unas copas de más, así que por eso te voy a decir lo que siento. Cuando te conocí me rompiste los esquemas, sentí una vulnerabilidad que no había sentido jamás y me dio mucho miedo. Cada vez que te ibas, me costaba volver a dormir en mi cama sintiendo el vacío que dejabas en mi vida. No quería acostarme contigo, quería levantarme cada mañana a tu lado, por eso me alejé de ti, porque me hacías mucho daño. No podía verte, lo quería todo o nada. Y para ti solo era un entretenimiento. Nada más».

A ella no le salieron palabras de la boca. Ella hubiera cambiado de ciudad por él de haberlo sabido, hubiera apostado, luchado…. Ella se había sentido profundamente frustrada en esa relación, en ese momento no entendía lo que estaba escuchando, de hecho hasta creyó por un momento que él estaba bromeando, pero al verle los ojos húmedos, vio que hablaba muy en serio.

«No puedo estar cerca de ti, me duele no tenerte». Se besaron en los labios, se dieron un abrazo en silencio, apretando muy fuerte sus cuerpos, se sonrieron y se separaron para siempre. En ningún momento ella se sinceró con él, la emoción que él le transmitía le ahogó la voz. Tenía la sensación de que si comenzaba a hablar no podría parar todas las emociones que peleaban por salir.

Los sueños se rompen por la falta de comunicación, ninguno de los dos habló en su día de lo que sentían, el miedo, la vergüenza y el orgullo terminan siendo malos compañeros sentimentales. Definitivamente no fue su momento.

Alguna vez ella recibió llamadas perdidas de él. Que devolvió a su buzón de voz. De vez en cuando se buscaban en las redes sociales, miraban las actualizaciones de las fotos del whatsapp.

14 años después en el aeropuerto del Prat mientras esperaba las maletas ella le vió, le reconoció, llevaba el pelo corto, impecablemente vestido, estaba incluso hasta más atractivo que antes. Se aseguró que estaba solo y se acercó a él buscando el contacto visual: «¡hola tigretón!».

Él la miró y se echó a reír, nadie le había vuelto a llamar así con ese tono entre provocador y sexy, tremendamente sexy. «¿Qué haces en Barcelona?» le preguntó, «un viejo amigo siempre me decía que voy a terminar con un catalán. Y aquí me tienes, con una conversación pendiente «.

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