PIDE UN DESEO

por | Abr 25, 2019 | Relato | 0 Comentarios

Hacía mucho tiempo que no tenía vacaciones y las necesitaba, así que cuando sus amigas le propusieron la escapada a la playa, no lo dudó, cogió lo básico, lo metió en la mochila y subió al coche rumbo al mar.

Aquel día habían salido en busca de la Cala de la Luz, de difícil acceso por tierra, pero qué pese al calor, a las piedras y al tortuoso camino merecía la pena visitar. La arena era negra, fina y las montañas de alrededor eran blancas, con formas redondeadas al más puro estilo Gaudí, pero creado por la naturaleza, era una preciosidad, un contraste blanco y negro con el mar azul turquesa, era uno de los lugares más hermosos de toda la costa. Y lo mejor de todo, estaban solas, asombrosamente no había nadie más. Aparcaron los móviles porque no había cobertura y disfrutaron horas bañándose, durmiendo, tomando el sol, poniéndose al día, experimentando esa sensación de detener las manecillas del reloj y sentirse libres.

A media tarde les sorprendió un chico moreno de rizos negros, con esa gracia innata que solo se da en el sur, llevaba unos folletos con el dibujo de unas velas encendidas, entregó uno a cada una, les miró directamente a los ojos y les preguntó: ¿Qué deseáis?. Ellas comenzaron a reír nerviosamente. Les dijo que eran muy afortunadas porque ese mismo día iba a tener lugar “la noche de los deseos”, que tenían que pedir un deseo a las estrellas, eso sí a las 00.00 en punto, ellas volvieron a reír. Él les sonrió, les hizo una reverencia muy teatral y se fue. ¡Que tontería!, pensaron todas. Pero Magda dijo que no tenían nada que perder, estaban durmiendo en una casita a pie de playa, podía ser un buen plan.  Y como a todas les apetecía bañarse por la noche, accedieron.

Fue una de las noches más divertidas y entrañables que habían compartido en mucho tiempo. La temperatura era perfecta tanto fuera como dentro del agua, no había luna lo que les permitía ver infinidad de estrellas y muchas de ellas fugaces. Habían llevado comida, bebida y se sentían plenas, felices y alegres. Una alarma sonó un minuto antes de las 12 de la noche, así que entre el escepticismo y el porqué no, una a una fue pidiendo en silencio su deseo soplando una vela. Ella, pidió reencontrarse con su Alma Gemela. Después regresaron al agua, a las risas, a las bromas y a la complicidad.

Al día siguiente volvieron todas a sus rutinas, a llenar las horas con obligaciones, despertadores, prisas, atascos, facturas, reuniones, trabajos y jefes. Y así pasaron las semanas y los meses.

En una localidad de la sierra había quedado con el dueño de un centro de terapias y tienda eco, Raúl era un hombre encantador, de sonrisa franca y mirada limpia. En cuando le conoció supo de inmediato que se iba a sentir muy cómoda trabajando allí.

Él iba a dar clase de meditación media hora más tarde y le propuso que la diera ella. Accedió, aunque no se sintiera al 100%, ese día se había levantado con un dolor fuerte en el plexo solar que le cerraba el estómago y según pasaban las horas el dolor se iba incrementando. A la hora en punto comenzaron con la práctica, ya estaba advertida que había gente que se iría incorporando más tarde, así que con los ojos cerrados y en silencio comenzó a guiar una meditación. De repente sintió un latigazo en el estómago, las sienes comenzaron a palpitar, la cabeza le daba vueltas, sentía mucho calor en los ojos y tenía la sensación de que el cuerpo se balanceaba sin control. Se sentía francamente mal.

Abrió los ojos y todo le pareció extraño, incluso se le pasó por la cabeza que podía estar delirando, era como si estuviera en otro lugar. Acababa de entrar un hombre que brillaba, como un ser angelical de las películas, aunque era de carne y hueso, estaba aún de pie, en ese instante comprendió que era él quien le producía esas sensaciones.

En cuanto las miradas se encontraron todo lo demás desapareció, estaba como en una nebulosa, solo existían él y ella. No podía explicar lo que sintió, era como si algo le atravesara los sentidos, todo el cuerpo vibraba y sentía un cosquilleo desde los pies hasta la cabeza. No era sólo físico, no era sólo emocional, no era sólo sutil, era todo eso junto y muchísimo más intenso. Era como, aun sin haberse visto jamás, le conociera con la misma rotundidad que a ella misma. Ambos sabían lo que sentía el otro, lo que pensaba el otro, porque de alguna manera estaban conectados y todo lo que estaban viviendo era reciproco.

Era como mirarse en un espejo en el que se reflejaba la misma esencia, aunque con diferente aspecto. No supo cuánto tiempo se quedaron así, mirándose embelesados con una sonrisa en la cara, en otro espacio, en otro lugar y en otro tiempo. Consiguió terminar la meditación, escuchaba lejos muy lejos felicitaciones por la clase y como a cámara lenta ambos se acercaron el uno al otro y se abrazaron, se fundieron, rozando sus almas, encajaron así dos piezas de un único puzzle.

El resto de las amigas, una a una en diferentes momentos de ese mismo año, consiguieron hacer realidad cada uno de los deseos que habían pedido esa noche bajo las estrellas. Magda consiguió ser socia del bufete en el que llevaba años trabajando, Bea se quedó embarazada sin tratamiento y Lucía encontró un local “ideal” para abrir su clínica de podología.

¿Casualidad, coincidencia, milagro, destino o un poder divino? Puede que si, puede que no, todo es perfecto. Nada es lo que parece. Delante de nuestros ojos hay mucho más de lo que queremos o podemos ver. Sea como sea, porqué no vamos a seguir creyendo en la magia de la vida que nos sorprende a cada instante. A alimentar las ilusiones que hacen latir con fuerza nuestro corazón y a perseguir nuestros sueños, porque todo, absolutamente todo, puede ser posible.

¿Y tú, qué deseas?

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