VENIR A VIVIR

por | Ago 14, 2020 | Reflexión | 0 Comentarios

Algo más fuerte que su sentido común les mantiene unidos, una especie de fuerza invisible que les roza con un cuidadoso cariño y un amor noble. Sin embargo, en ocasiones sus miedos son más fuertes que la conexión que alimentan.

Desde el primer día que se conocieron han estado al acecho, buscando grietas por las que entrar con suavidad, disfrazados de lógica, de sutiles diferencias irreconciliables, de dudas y a través de ellas han recorrido el barco inundándolo con evasivo recelo.

La honestidad no fue el firme pegamento capaz de unirlos en un principio, sino más bien esa ansiada búsqueda de claridad es la que realmente les empuja a ver sus contrastes y un poquito más abajo, sus sombras.

Lo que cada uno interpreta como sinceridad, como comunicación consciente, como transparencia, como compartir no es diferente entre ellos en el fondo, pero las formas de llegar a ella, la delicadeza de esas formas y los ritmos si lo son.

Además como ambos peinan canas, lejos queda la fuerza ingenua del primer amor, esas posibles y múltiples grietas están cada día más a la vista, más presentes.

Cada uno aporta quien es y de donde viene en las relaciones, con el peso de sus creencias en la mochila. Con toda esa carga, con sus altibajos, con toda esa grandeza y desde una conexión profunda y pura ellos se han ido descubriendo.

Uno se siente sólo en su búsqueda y la otra se siente enjuiciada. Uno quiere lentitud y la otra urgencia. Uno lucha por conseguir llegar un poco más al fondo de su alma desgarrándose dolorosamente para sanar, y otra por pasar de puntillas por el abismo del dolor, consciente de que para crecer no necesariamente hay que sufrir.

Él busca un ideal en cada mujer que se cruza en su vida y para protegerse primero evalúa desde el análisis de su mente qué no va a funcionar, de esta manera pone un stop automático consciente o inconsciente al compromiso y prepara una torre de autodefensa para cuando se necesite.

Un ser de puro amor y de sublime ternura se protege para evitar ser dañado. Y oscila en regalar delicadamente con el corazón todo lo que es capaz de dar e ir recogiendo lo entregado cuando el temor haga su aparición.

Y ella no es diferente. Dispuesta a correr un poco más, sin perder de vista, eso sí, el freno de mano, para que cuando sea necesario tirar de él con fuerza, con determinación, sin que importe el derrapaje sobre el terreno.

Nadie es perfecto, porque la perfección no existe, todo absolutamente todo es interpretable, según quien lo haga. Nos movemos por ideales vacíos, por sueños de fantasía, que esconden el profundo miedo que tenemos a exponernos, a amar.

No podemos seguir besando sapos esperando que brote de ellos con fuegos artificiales el príncipe encantador, cuando lo más hermoso que podemos encontrar es un ser de carne y hueso, real, auténtico.

Si resuena con nosotros, le miramos, le aceptamos sin pretender cambiar nada, le escuchamos de verdad, sin acabar sus frases o pensar en la respuesta que le vamos a dar, solo le escuchamos, entregamos la atención, el tiempo, la paciencia, la curiosidad. Sin juzgar, sin etiquetar, solo dejarnos llenar por sus palabras.

En este mundo de fluir, de conectar, de sincronicidades, de abrir el corazón, de sentir…. En este mundo de crecimiento personal, conexión espiritual, todos, absolutamente todos, sentimos como los miedos, que creíamos trabajados y transmutados, afloran libres y sin control cuando comenzamos a sentirnos vulnerables. La realidad nos da una bofetada para que el ego no se nos dispare y nos creamos «iluminados».

El gran crecimiento no está en los mil y un talleres, cursos, gurús, citas tatuadas en la piel, mantras repetidos hasta la extenuación.  Sino en conectar con nuestras emociones plenamente, gestionarlas de una forma sana, permitirnos vivir el amor, en cualquiera de sus manifestaciones (parejas, hijos, padres, amigos….).

Ir aprendiendo de uno mismo, qué se siente, cómo lo sientes, dónde, porqué, qué remueve, qué se expresa, que se calla, qué se disfraza, desde dónde comunicas. Mano a mano con uno mismo y compartiéndolo con el otro.

Abrirse a sentir, vivir el amor, vibrar con un cruce de miradas, experimentar la alegría de recibir una llamada o un mensaje, la alquimia del lenguaje de los cuerpos rozándose, el cosquilleo en el estómago de una caricia. Da igual lo que dure, da igual lo que depare el futuro, da igual lo que duela, da igual la caída, da igual el mañana, porque solo existe el hoy.

Sea como sea, cuando encuentras a alguien que te produce ese amor, solo puedes experimentarlo y vivirlo. Y si eres capaz de hacerlo, apartando tu mente, tus miedos, tus necesidades, tu pasado. Mejor que mejor. Porque te darás permiso para dejarte sentir desde tu corazón, donde la generosidad, la luz y la magia de ser tu harán el resto.

Hay que abrirse a conocer parejas capaces de mostrarte el corazón a pesar de sus heridas, de desnudar el alma, conscientes de los lastres de su pasado, limpios de rencores y con un espíritu valiente para decirte que te quieren, por encima del miedo. Parejas con las que rescatar niños interiores, alegres, divertidos, libres de fantasmas con quienes jugar a amarse corazón con corazón.

No hemos venido para pretender cambiar a nadie, ni para que nos cambien. Ese es nuestro trabajo, si quieres cambiar a los demás, cambia tu y la transformación será inmediata. Tu ejemplo es el espejo del cambio para el buscador.

No hemos venido aquí para mirar cual espectadores la vida y acurrucarnos en la aparente seguridad; para no atrevernos a sentir por miedo a sufrir, sea en el amor o sea en lo que sea; para no cambiar lo que nos duele; para no cerrar puertas que llevan años rotas; para no expresar con palabras lo que grita cuerpo a través de la enfermedad; para vivir vidas en blanco y negro mientas el mundo se pinta de arco iris.

No hemos venido a ser cobardes, porque estar aquí, encarnar ahora, es un acto de profunda valentía.

Tenemos pues que elegir, entre vivir desde el amor o vivir desde el miedo. En estos momentos de virus, de limitación de libertad, de inestabilidad e incertidumbre es cuando más debemos posicionarnos y elegir. Hemos venido aquí para vivir desde el corazón, esa es la energía crística, ese es el gran cambio de vibración.

Las frecuencias energéticas de estos momentos son muy intensas, con vertiginosos cambios a todos los niveles, todo pasa muy rápido, por eso son tiempos para estar conectado con uno mismo, desde la paz del interior sintiendo el corazón y donde te encuentres en casa, esa es la señal de estar en el lugar correcto.

Hemos venido aquí para experimentar, aprender, reír, bailar, arrojar los paraguas y mojarnos bajo lluvia, llorar, cubrirnos de barro, compartir, quemar en la hoguera la rigidez y el control, escuchar, sincerarnos, hacer el amor bajo la luna llena dentro de un coche, en la playa, el campo o en la cama, disfrutar de un cucurucho con dos bolas de helado italiano, destapar la mascarilla, colocar las alas y volar, abrazar hasta sentir el latido de la luz del otro y gritar a pleno pulmón, ME AMO, TE AMO, AMO LA VIDA.

Hemos venido a estar vivos.

Y tú, ¿también has venido a vivir?

 

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