En esa época de mi vida viajaba mucho por trabajo, después de varias relaciones amorosas que habían terminado mal, me había entregado en cuerpo y alma a lo único que me hacía sentir viva, a mi trabajo. Trabajaba en una agencia de publicidad con grandes anunciantes, a cada cual más exigente y más peculiar. Y yo había ascendido a Directora de Servicio al Cliente llevando varias cuentas, algunas en otras ciudades, así que me pasaba la vida viajando de un lugar a otro, y coordinando con el equipo que el trabajo fuera saliendo muy bien. Si me preguntaban a qué me dedicaba yo siempre decía a reunirme y presentar.
Cuando subí a aquel avión, todo había comenzado a duras penas, los despertadores no habían sonado, y eso que pongo varios, pues uno estaba mal puesto, otro nunca sonó y el móvil sin batería, menos mal que me había despertado por inercia, mientras desayunaba revisé la presentación que tenía que hacer ese día y me daba problemas, tenía mucho peso y tendría que retrabajarla en el avión. Me había llamado mi madre para recordarme que el día anterior había ido al médico y yo no la había llamado, no le pasaba nada importante, pero mi madre es de esas madres que vive en el drama permanente acusándote de algo y en la consulta de los especialistas. Justo antes de subir al avión, tenía un whatsapp de mi ex, como siempre para pedir algo supuestamente suyo que aún seguía en mi casa después de que él se largara con otra un año antes. Así que cuando me senté en el avión, era como estar en un momento de paz, en el que todo se paraba por un instante y me permitía respirar y conectar conmigo misma.
A mi lado se sentó un hombre, alto, rubio, con ojos verdes y unas gafas redondas, iba vestido con unos vaqueros, una camiseta de manga corta, llevaba una mochila, un libro de papel en la mano y los cascos del móvil en los oídos, me miro y me sonrió con timidez, yo le sonreí, sin lugar a dudas ese fue el mejor momento del día. A partir de aquel instante me costaba dejar de mirarle, leía el libro de bolsillo con las gafas que se le iban deslizando, se las subía arrugando un poco la nariz y parecía un niño, un niño indefenso, un niño perdido y solo.
Era una imagen tierna, y sensual. No sabría explicarlo, pero creo que en ese instante en el que me di cuenta de su tristeza, de que algo no le permitía ser feliz, fue en ese momento en el que me propuse yo cuidarle, despertar su alegría y arrancarle sonrisas. Se llamaba Walter, era alemán, era esquiador y montañero. No tenía familia, sus padres habían fallecido hacía unos años, primero murió su madre de un cáncer de esófago y al poco su padre murió de pena, según él. Tampoco tenía pareja, sus novias se enamoraban cuando esquiaban juntos y se desenamoraban cuando se daban cuenta de la vida tan solitaria que llevaba.
Cuando nos bajamos del avión, yo no había abierto el ordenador, ni terminado la presentación, ni revisado la carga del móvil, pero me iba con una sonrisa de oreja a oreja, con su número de móvil apuntado en una de las hojas del libro alemán que leía, entendiendo que la vida es mucho más de lo que cada uno vive en su propia realidad. Que si te lanzas a la piscina puedes vivir otras experiencias diferentes.
Walter no era un novio a la vieja usanza, pero era un hombre honesto, único, extraordinario e increíble. Un hombre que me hizo amar la montaña, la naturaleza, darme cuenta del cambio de las estaciones, leer en las estrellas, valorar las pequeñas cosas y disfrutar de todo de una forma auténtica. Nuestra relación no es convencional, ni nos vemos de lunes a domingo, pero cuando estamos juntos el tiempo se para y solo existimos el y yo. Cuando llego por las mañanas a la oficina y me siento atrapada por una vida que cada vez me hace sentir más vacía, miro al horizonte y sé que Walter estará subiendo por senderos llenos de flores, árboles, vegetación, respirando el aire puro, sonriendo y sintiéndose libre. Eso es lo que me hace amarlo profundamente. Saber que es libre y feliz.
Algún día dejaré mis ataduras y seré tan libre como él. Mis amigas al principio no entendían como podía estar con él, con la vida que llevaba. Y yo no entendía como podían mis amigas estar con sus parejas a las que ya no amaban, pero que siguen juntos por comodidad, miedo y convencionalismos. Muchas me preguntan: ¿como puedes estar con un hombre que vive en la montaña y que no le ves y no sabes lo que hace?, y yo ni contesto, para quienes el amor es apego, vanidad e imagen superficial, las palabras sobran.
Él vive en la montaña, yo vivo en la gran ciudad, pero juntos vivimos en nuestros corazones y cuando nos reencontramos, el amor ese de que todo el mundo habla y pocos conocen, nos llena, nos sorprende y nos convierte en uno solo. ¿Cuanto durará?, No nos importa, vivimos el aquí y el ahora. Y nunca hemos sido tan felices.
La vida es un sorprendente viaje lleno de experiencias, señales, amores, ilusiones y alegrías. Solo tenemos que tener la valentía de vivirlas con el corazón.
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